Читать книгу Manos frías онлайн
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Yo no pertenecía a este grupo. Yo era de los que se apresuraban para ir a un trabajo de mierda.
Había pasado media hora y todo parecía indicar que el conductor del autobús se había quedado dormido al volante, así que tomé la infame decisión de recurrir al método más sencillo para llegar a mi turno: me abrí el chaquetón, me arremangué un poco más la falda y, dando zancadas sobre los viejos tacones de aguja, me acerqué a la carretera. Un coche negro, conducido por un amable cincuentón medio calvo, tuvo la generosidad de ser mi vehículo hacia mi destino.
Así que me subí.
El conductor me miró, por este orden, al escote y a los ojos, y esbozó una sonrisa entre bobalicona y lasciva, embelesado ante mi camisa parcialmente abierta.
–¿Adónde vas?
Le pedí que me dejara en una de las calles próximas al bar.
–¿Qué haces por la calle a estas horas, chiquilla? –me preguntó.
<<¿Qué haces tú llamándome “chiquilla” cuando no dejas de lanzar miradas furtivas a mi busto, imbécil?>>.
–Voy a trabajar.
–¿Dónde?
–Soy niñera–improvisé.
Noté que aminoraba la velocidad del coche. Ya. A cuidar críos llevando una microfalda y un escote vertiginoso. Muy hábil, Diana. Ahora te preguntará cuánto cobras.