Читать книгу Manos frías онлайн

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ABBA no me estaba ayudando nada. Mejor dejar la música. Eso es algo que sólo la gente alegre puede disfrutar.

Tres cuartos de hora más tarde, al fin había adecentado los lavabos, e incluso me había acordado de poner rollos de papel higiénico nuevos. Ahora iba por la calle, arrastrando mi alma y una bolsa de basura mastodóntica. Arrojé ambas al container y esprinté hacia el autobús, que casi se escapó sin mí. En mi carrera me torcí los dos tobillos como siete veces, pero llegué, jadeante, justo a tiempo. Sólo estábamos el conductor y yo. Miré por la ventana: aún era noche cerrada. Suspiré y me dejé caer en el primer asiento que encontré.

–Despiérteme en seis paradas–murmuré.

Ni siquiera me dormí.

Al bajar no podía pensar en nada más que en descalzarme. Me arrastré hacia casa, completamente agotada. Abriría las persianas seis horas más tarde, después de darle un manotazo al despertador y de remolonear veinte minutos más en la cama. Dormir, sólo eso.

La calle estaba desierta, compartida por mi alargada sombra bajo la luz amarillenta de las farolas y por mí. Estaba pensando en el show de anoche. Tantos cuerpos desnudos contoneándose ante mil ojos babeantes me hacían despreciar la sensualidad. Tan artificial, tan frío era todo… Yo ya asumía que se me había olvidado cómo besar.


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