Читать книгу Manos frías онлайн
9 страница из 29
Al alcanzar mi portería estos pensamientos se disolvieron cuando, al descalzarme, sentí un dolor punzante en los talones. El borde de los zapatos me había hecho roce, y con razón me había torcido los tobillos: se me había roto un tacón. Mierda. Zapatos nuevos no era precisamente lo que mejor le iba a mi limitadísimo capital. Iba a masajearme los doloridos dedos, pero me di cuenta de que había alguien forcejeando con la cerradura. Estaba claro que no tenía ni idea de cómo se abría, o tal vez iba tan bebido que no atinaba.
Recordé haber visto un nombre nuevo en los buzones. Éste debía de ser el inquilino.
Carraspeé levemente para recuperar mi voz acallada.
–Buenos días.
capítulo ii
Cuando abrí los ojos eran las doce. La habitación estaba a oscuras. Me revolví entre las mantas y me incorporé pesadamente. Me acerqué a la pared y tanteé el marco de la ventana hasta dar con la cinta de la persiana. El día era tan nublado que me cegó, pero aun así, me quedé unos segundos contemplando el cielo lechoso, antes de que la proximidad al vidrio frío hiciera que me recorrieran escalofríos. Enrollé a mi alrededor la manta más gruesa y me acerqué a la cocina, si es que un par de fogones y armarios, un grifo y una mesa podían llamarse así. Con parsimonia, calenté agua y volqué unas cucharadas de café fuerte y otra de azúcar en la taza. Abrí la ventana, que daba a la escalera de emergencia del patio de luces, y me quedé sentada en una esquina, sintiendo el frío en mis pies y el calor del café entre mis manos temblorosas para recordarme a mí misma que seguía viviendo. De repente me acordé de que el día anterior se me había caído por la escalera metálica el carné de la biblioteca, y emprendí el descenso. Estaba justo bajo la ventana del piso de abajo. La ventana de ese desgraciado.