Читать книгу Manos frías онлайн

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Aquella madrugada, él estaba intentando abrir la puerta del portal, sin éxito. A pesar de mi cansancio y del maldito tacón roto, me esforcé en sonreír y en darle los buenos días. Ni siquiera se giró, sólo emitió una especie de gruñido, y siguió con la ardua tarea de acertar con qué llave abrir la cerradura. Tosí para llamarle la atención, pero no se inmutó. Estaba ahí, simple y llanamente ignorándome. Llevaba ya tres minutos intentando inútilmente abrir cuando le pregunté si quería que le ayudase, pero se negó, así que saqué de mi desastrado bolso mi manojo de llaves y empecé a juguetear con él, haciéndolo tintinear. No iba a dejar pasar la ocasión de provocarle después de su evidente falta de respeto hacia mí. Entonces, al escuchar el ruidito metálico del llavero, se dignó a mirarme y, para mi sorpresa, fijó su vista en mis ojos. Luego me escaneó de arriba abajo y supongo que llegaría a la misma conclusión que mi chófer cincuentón. Los ojos nigérrimos de mi nuevo vecino eran extrañamente magnéticos. No tenía que decir nada. Sus ojos hablaban por él y me insultaban. Sentí que tenía que quedarme con la vista fija en esas pupilas que me desafiaban, pero aparté la mirada. Arqueé una ceja y me aproximé a la puerta. Sin decir nada, él sacó la llave de la cerradura y maniobré yo, que de un gesto abrí a la primera.


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