Читать книгу Manos frías онлайн
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Decidí ducharme para quitarme las angustias económicas de encima. Me desenredé el pelo frente al espejo y observé mi lastimero reflejo. Mi cuerpo estaba limpio de moratones, pero seguía pareciendo una perra apaleada, y no hay ni duchas ni pastillas capaces de borrar la memoria de la violencia.
Me metí bajo el chorro de agua, resistiéndome a graduar la temperatura. Lavarme en invierno era una tortura, así que procuraba hacerlo fugazmente. El agua, congelada, erizaba cada centímetro de mi piel. Me enjaboné el pelo: también tenía que comprar champú. ¿Algo más?
Me puse unos pantalones viejos y un jersey de hombre que había comprado por un precio irrisorio. Antes de envolverlo en la toalla, observé mi pelo largo y casi rubio. Era suave y no estaba muy dañado. Era chocante que hubiera algo que no estuviera mal en mí. Tal vez me pagarían bien por la melena.
El sonido del timbre me despertó de la siesta. Eran las siete de la tarde. Me había quedado dormida con la ropa puesta. Tenía una terrible migraña y me sentí absurdamente malhumorada.