Читать книгу Manos frías онлайн
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Y, de vuelta a la realidad, aún sentía mis armas en las manos y a mi yegua cabalgando.
Abrí las persianas. Hoy hacía sol.
Me di una breve ducha y me senté en el colchón. Pensé en la noche anterior: había habido pelea en el bar. Un cliente se propasó con Paulita y el encargado salió en su defensa, y acabó él con el labio partido y un chichón y el otro cojeando y con dos dientes partidos. Me asusté mucho, pero me quedé sorprendida con la actitud del encargado. Yo siempre lo había considerado un cobarde, pero todo era lógico. Los animales protegen a sus cachorros, y Paulita era su sobrina.
Salí por la ventana a la escalera de emergencia con el café entre las manos y palpé la ropa tendida. No distinguí si estaba mojada o sólo fría, así que la dejé donde estaba, pero se escaparon de las pinzas unas braguitas con la imborrable mancha menstrual y cayeron al patio de luces.
–Mierda–mascullé, y bajé los peldaños metálicos a todo correr para rescatarlas.
Emprendí la subida con más calma. Había hecho temblar las escaleras con mi carrera, provocando un innecesario estruendo. Cuando llegué al rellanito del primer piso, se abrieron las ventanas y la señora Paquita se asomó.