Читать книгу Manos frías онлайн

15 страница из 29

–¡Fuera! –di un portazo.

¿Para eso me había despertado?

Los domingos libraba. Fue lo único que me atreví a pedirle al encargado cuando mi contrato en negro pasó a ser de festivos a semanal. Quise los domingos de fiesta para sentirme normal un día de cada siete, porque antes de irme de casa ya solía pasarme el día en pijama. Muchas veces, cerca de las nueve de la noche, me sentaba con Gabriel a hojear los folletos de comida a domicilio y escogíamos la cena.

Ínfimos placeres que ahora eran de cuento para mí.

Hoy sólo me quedaban los restos de la comida para cenar.

capítulo iii

Me desperté sobresaltada. Otra vez el mismo sueño. La noche era absoluta y sólo unas velas a los lados del camino alumbraban mi objetivo. Yo no llevaba ropa, pero mi cabello, largo hasta las rodillas, me cubría. El lomo de mi yegua respiraba entre mis piernas, sin silla ni mantas. También sus crines eran largas. Saqué del carcaj una flecha de plata, alcé mi arco y de un ligero golpe en el costado hice a mi yegua trotar, galopar. En la distancia, entre velas, amarrado a un poste estaba Iván. El sucio, asqueroso, inhumano Iván. Y me sonreía, como siempre. El recuerdo de su aliento en mi pelo me preparó para disparar, y la flecha, siempre certera, se escapó de entre mis dedos. Su sexo rasgado, inutilizado para siempre, atravesado de parte a parte con mi saeta de plata, y la sangre insuficiente. Aún al galope, me incliné hacia el fuego de la senda, perdí una nueva flecha y disparé entre ceja y ceja, y al soltarla oí el grito de mi madre, y el mío todavía más alto. Y el cadáver de Iván sonriendo para siempre.


Правообладателям