Читать книгу Manos frías онлайн
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–Y, eh… ¿No ofreces otro servicio?
–Bueno–me revolví ligeramente en el asiento–, si se refiere a eso, también soy niñera diurna.
–No, lo que yo quería decir…–me miró los pechos, ya sin disimulo.
–No soy una de esas–aclaré estúpidamente–. No soy puta.
–Ya–se rio socarronamente.
Estábamos en la calle Thomas Edison. Podía llegar al bar desde ahí.
No le dejé continuar.
–Bueno, puede dejarme aquí–abrí la puerta antes de que él pudiera decir nada más–. Gracias.
–Llegas tarde–me dijo el encargado cuando entré.
–No llegaba el autobús y…
–Ya. ¿Y no podías hacer autoestop? –señaló mis tetas.
Gruñí.
–Desabróchate un botón más. No se te ve el sujetador. Y suéltate el pelo.
–Pero es que para fregar…
–Cállate y hazlo–me cortó secamente.
Obedecí y ocupé mi lugar tras la barra. El local se empezaba a llenar, pero aún no había empezado el espectáculo. Me puse a lavar copas con pose sugerente. Es difícil frotar vasos de chupito con un estropajo y parecer sexualmente atractiva al mismo tiempo, pero después de tanto tiempo de práctica ya me salía. Más o menos.