Читать книгу La censura de la palabra. Estudio de pragmática y análisis del discurso онлайн
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Y, por último, no es menos problemático el criterio de castigo. ¿Son los condicionamientos propios de una opinión pública determinada suficientes para hablar de censura? La investigadora alemana Elisabeth Noelle-Neumann defendió una concepción impositiva de la opinión pública en su teoría de la espiral del silencio. De acuerdo con esta teoría, los seres humanos, como seres sociales que somos, tememos quedar aislados por la desaprobación de nuestros congéneres y, en consecuencia, tendemos a unirnos a las opiniones y comportamientos de la mayoría. Para conseguirlo, comprobamos constantemente qué actos son aprobados o desaprobados en nuestro medio. Esta conducta establece una opinión pública: se sigue a la mayoría. La espiral consiste en que el mismo hecho de que una opinión se perciba como dominante hace que crezca todavía más y, en consecuencia, disminuyan sus alternativas.ssss1 Una prueba de este comportamiento sería el llamado «efecto del carro ganador»: desde hace tiempo se conoce que después de unas elecciones las personas que dicen haber votado al partido que las ha ganado son más que las que realmente votaron por él. Una explicación plausible de este hecho es que los ciudadanos temen quedarse aislados ante la mayoría que se ha reflejado en el resultado electoral. Algunos comportamientos ante los discursos parecen tener más relación con la opinión pública que con la censura. El bibliófilo y político inglés Samuel Pepys narra en su Diario (8-2-1668) que, después de leer un libro francés ocioso y pícaro que acababa de comprar –L’école des filles ou La philosophie des dames–, iba a quemarlo. Lo haría, explica Pepys, para no desprestigiar su colección si alguien lo encontraba en su biblioteca.ssss1 Si fue así, Pepys no había actuado por temor a la censura, sino a la opinión pública. Ahora bien, el paso a la censura es sencillo. María José Vega (2013b: 222-223) denomina censura difusa a aquella llevada a cabo en el siglo XVI por guías espirituales, confesores o docentes en asuntos que, en realidad, no atacaban claramente al dogma. Lo denunciado no era punible,ssss1 pero estos personajes lograban crear un sentimiento de culpa –ahí el castigo– en quienes se acercaban a ciertos textos o participaban de ciertas opiniones, un sentimiento que los conducía a desconfiar de muchas lecturas y a rechazarlas.