Читать книгу La conquista de la identidad. México y España, 1521-1910 онлайн
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Allí donde se presenta Santiago en tierras hispanas, suele aparecerse sin tardanza la virgen María. Lo hizo en Zaragoza al propio apóstol, cuando este predicaba el evangelio a los hispanorromanos. Pues bien, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, a menos de cinco meses desde la participación milagrosa de Santiago en la batalla de Sangremal, la Guadalupana se le apareció seis veces en Tepeyac a Juan Diego, dejando impresa su imagen, la sexta vez, en la tilma del indio. El obispo Zumárraga, otro paisano mío, vizcaíno de Durango, no se metió en indagaciones periciales, pero ya en tiempos de sus primeros sucesores en la diócesis mexica fueron saliendo a la luz dos hechos incontrovertibles: que la imagen de la virgen en la tilma había sido pintada al óleo, y que el autor de la pintura había sido Dios Padre, para quien posó María mientras, a falta de caballete, los angelitos sostenían el ayatl y el esposo y el hijo de la retratada andaban de un lado a otro por el divino taller, aquel revoloteando en forma de paloma, y ambos importunando al artista con sus críticas (en algún momento, este, primer pintor novohispano de la historia, debió de picarse y les dijo algo así como: “Píntenla Vuesas Mercedes, ya que son tan entendidos en pintura de cámara”, pero eso no lo recogen las crónicas de Indias).