Читать книгу Imparable hasta la médula. El cáncer como aprendizaje de vida онлайн

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La primera vez que salí de la unidad de aislamiento fue, precisamente, para que me administraran quimioterapia en la zona de las lumbares. Para abandonar mi burbuja aséptica tuve que ponerme una mascarilla con válvula, distinta a las quirúrgicas que portaban mis acompañantes y que en estos últimos tiempos tan famosas se han hecho a nivel mundial. Mi mascarilla era blanca, como la luz de los fluorescentes que recorría con la mirada mientras empujaban mi camilla hacia la sala del procedimiento. Estaba nerviosa ante una prueba para mí desconocida, pero traté de controlar mi inquietud tarareando la primera canción que me vino a la cabeza.

Saber que se puede,

querer que se pueda,

quitarse los miedos,

sacarlos afuera.

Pintarse la cara

color esperanza,

tentar al futuro

con el corazón…

La música me liberó la garganta de la preocupación que la atenazaba y el cuerpo se relajó hasta que una enfermera me pidió que me acostara en posición fetal, con las rodillas encogidas hacia el abdomen y la barbilla pegada al tórax. Me limpió la espalda minuciosamente y me aplicó anestesia local en la región lumbar. Sentí un escozor e intenté evadirme pensando en lo que haría al salir del hospital. Idear nuevos planes fuera de aquellas paredes me hizo esbozar una sonrisa que se trasformó en una mueca de dolor cuando el médico me introdujo la aguja entre las vértebras. Me había estado palpando la espalda para buscar el punto adecuado, pero no debió encontrarlo, porque volví a notar cómo sacaba y metía de nuevo la aguja tratando de encontrar el líquido cefalorraquídeo de la columna. Apreté los labios hasta que, finalmente, extrajo la muestra e introdujo los fármacos en su lugar.

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