Читать книгу Imparable hasta la médula. El cáncer como aprendizaje de vida онлайн

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La jornada en la unidad de aislamiento comenzaba al despuntar el día. Me despertaba con la analítica entre las seis y siete de la mañana. Tras el desayuno, llegaba el momento de la higiene personal. Sin embargo, la cita con la ducha no era la misma desde que llevaba el PICC. No podía mojar el catéter y, a pesar de que lo enfundaba en film transparente, aprendí a hacer malabares para que no se colara ninguna gota por el antebrazo. Sentir el agua deslizarse por todo mi cuerpo se había convertido en un lujo que no me podía permitir y, aun así, los minutos que estaba bajo la ducha, aunque imperfectos, me reconfortaban lo suficiente como para poder afrontar un nuevo día.

Durante la primera semana fui convirtiendo las rutinas del hospital en mías. Me adecué a los horarios, a las entradas y salidas de las enfermeras, al olor a desinfectante de la burbuja, a las analíticas a horas intempestivas y a las visitas del doctor López con los resultados al mediodía. Los asteriscos marcados en sus papeles mostraban lo desajustados que estaban ciertos parámetros de mi sangre. Algunos propiciados por la leucemia; otros, sin embargo, alterados por la administración de un tratamiento cada vez más agresivo.

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