Читать книгу El mundo sin mamá онлайн

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Avanza la mañana y sólo sé que no sé nada de mamá. Atiendo algunos pacientes por videollamada; sus tormentos se unen al mío, son levadura que aumenta la masa de mi dolor.

Salgo a correr. Corro por las calles del barrio. Desde mis auriculares sale disparada la música de Los abuelos de la nada y aunque me canten que no me desespere, me desespero igual, corro y pienso en mamá, corro y sufro, corro y rezo, pido que resista, que salga, que vuelva a la vida con más vida. No quiero una mamá sufriente. Quiero que sea feliz, que frecuente la belleza, la risa, el amor. No digo que no tenga ningún dolor porque sería utópico pensar una vida humana sin alguna dolencia, sin molestias ni achaques, y menos después de los setenta y pico y con un largo historial clínico que incluye varias operaciones, un cuerpo y un psiquismo marcados por las fricciones del tiempo.

En la vida de muchos adultos mayores la extensa cuarentena por el covid-19 resultó una internación domiciliaria. Comprendo que hay que cuidar la salud, evitar el contagio, pero perder días cuando queda menos tiempo real, biológico, resulta una paradoja funesta. Seis meses sin salir a la calle y mamá terminó saliendo hacia una clínica. De un encierro a otro. Sé que ahora está monitoreada. Sé que no podía seguir así, que tampoco papá podía seguir así, cuidador, enfermero, conviviendo con los ay, ay, y con la suma de todo los miedos de mamá, rescatándola cada día del abismo de la depresión y del karma de lo no elaborado. Mamá venía durmiendo más que viviendo, o su vida era la de una soñante. ¿Tal vez dormida la vida le dolía menos?

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