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Junto a ello, se encargaron tres ricos altares para cada una de las paredes del patrio principal, dedicados a san José, santo Tomás de Aquino y san Carlos Borromeo, cuyas imágenes de bulto redondo coronarían las estructuras. Más centenares de epitafios, epigramas, jeroglíficos y poesías varias –en valenciano, castellano, griego, hebreo y latín– a la lumbre de un millar de velas y hachas ardientes.43

A primera hora del día señalado la Universidad reunía en sus instalaciones a un concurrido público, con los jurados de la Ciudad en lugar destacado. Veinticinco catedráticos, doctores y maestros, revestidos todos para la ocasión, escoltaron a don Baltasar de Borja, encargado de oficiar la misa, y al canónigo –y futuro rector– Martín Bellmont, a cuya cuenta corrió el sermón. Los músicos de la catedral aderezarían la ceremonia con algunas piezas ensayadas para ésta. Por la tarde, y en el mismo Estudi General, hubo certamen poético a la mayor gloria del difunto mosén Simó, a quien también se dedicó una serenata final «con variedad de música de vozes y instrumentos, compitiendo la suavidad con la destreza».44

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