Читать книгу La escritura de la memoria. De los positivismos a los postmodernismos онлайн

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Así ha sucedido a lo largo del siglo pasado con esos libros que todos los historiadores tienen como punto de referencia, independientemente de sus tendencias intelectuales o ideológicas, pero que en su momento fueron una arriesgada apuesta basada en renovadas metodologías: El otoño de la edad media de Johan Huizinga (1919), Los reyes taumaturgos de Marc Bloch (1924), El problema de la incredulidad de Lucien Febvre (1942), El Mediterráneo de Fernand Braudel (1949), La formación de la clase obrera de Edward P. Thompson (1963), El Domingo de Bouvines de Georges Duby (1973), la Metahistoria de Hayden V. White (1973), El queso y los gusanos de Carlo Ginzburg (1976), El regreso de Martin Guerre de Natalie Z. Davis (1982) o Los ojos de Rembrandt, de Simon Schama (1999).ssss1

Todas estas obras, y tantas otras, supieron captar un momento irrepetible de la historiografía, actuando como precursores de nuevas tendencias y configurándose como jalones fundamentales del devenir del discurso histórico. Todo historiador debería conocerlas, independientemente de la parcela concreta que esté cultivando o de la corriente a la que esté adscrito, porque le permiten ahondar en el núcleo fundante de la creación histórica. Quizás por este motivo algunos tienden a considerar que no hay historia sino historiadores. Este enunciado encierra en sí un patente reduccionismo, porque se tiende a identificar la historia con la disciplina histórica, lo que genera incómodos equívocos, como sucedió con el intenso pero efímero debate generado por las tesis de Francis Fukuyama, tras la publicación de su El fin de la historia y el último hombre (1992). Sin embargo, es cierto que la disciplina histórica avanza a base de los textos que dejan por herencia los historiadores. Esos textos son las fuentes históricas secundarias de los historiadores, pero no por ello menos importantes. Al mismo tiempo, se convierten automáticamente en fuentes primarias para los estudios historiográficos y, por tanto, para la historia intelectual.

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