Читать книгу Ser padre con san José. Breve guía del aventurero de los tiempos posmodernos онлайн

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9. Si aun así nos permitimos acercarnos un poco más al secreto de ese deseo, hemos de acudir a los últimos versículos del Apocalipsis (22, 17): El Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven!». Y el que oiga, que diga: «¡Ven!». Y el que tenga sed, que venga; que el hombre de deseo tome gratis el agua de la vida.

¿Cómo no aplicar estas palabras a la pareja evangélica? La esposa que está con el Espíritu es María. Y le dice a José: «¡Ven!». Y José le dice a ella: «¡Ven!». Lo que sin duda evoca el Cantar de los Cantares recitado por los judíos en la sinagoga la tarde de los viernes para dar la bienvenida al sabbat, personificado bajo los rasgos de una mujer: Paloma mía, en los huecos de las peñas, en los escondites de los riscos, muéstrame tu cara, hazme escuchar tu voz: porque tu voz es dulce, y tu cara muy bella (Ct 2, 14).

Si él dice: «Ven», no obstante, es como hombre de deseo, y no de goce. Nosotros, caballeros, conocemos muy bien en qué consiste eso: esa tensión que es más que eléctrica, esa flecha que nos traspasa y nos arrastra con ella para clavarnos en la mujer. Y sabemos también que en el acto sexual el éxtasis va seguido de la postración, que el orgasmo nos vuelve de golpe mudos y apáticos, un flácido desecho varado sin ganas de volver a hacerse a la mar. El goce es la muerte de Eros. Una buena muerte, quizá; pero una muerte, al fin y al cabo, hasta el próximo episodio. Y de episodio en episodio, de deseo mitigado en goce exacerbado, nuestra tendencia consiste en exigir cada vez más el acto sexual como si fuera una golosina, y a gozar de la mujer en lugar de unirnos a ella.

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