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La noche dio paso al día y ellos ni se enteraron hasta que miraron el reloj y escucharon pasos en el pasillo. Esto los devolvió a la realidad, había que hacer una pausa en esa noche de pasión y volver a la rutina cotidiana, anhelando que llegara la noche para reanudar su viaje al más excitante de los paraísos.
Los días pasaban y su idilio no solo no se resentía, sino que se consolidaba, parecía que aparte del deseo sexual se afianzaba la constatación de que cada uno encontraba en el otro lo que le faltaba. Si él era rudo, impulsivo, fogoso, vehemente y a veces hasta furioso; ella era suave, delicada, reflexiva, serena y hasta, a veces, demasiado sosegada. Por ello se complementaban.
Durante el trabajo sus miradas se buscaban continuamente y trataban, con una excusa u otra, estar próximos el mayor tiempo posible, en las cenas se sentaban juntos y, por debajo de la mesa, jugaban tocándose con sus piernas. Pero procuraban ser discretos para no llamar la atención de sus compañeros.
Pero, desgraciadamente, las cosas buenas tienen un final, a veces feliz, la mayoría de las veces no tanto. El proyecto llegaba a su fin.