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Así en este estado de cosas empezaron su cometido. La tarea era ardua pues al desinterés y a la escasa atención que ponían los operarios rusos asignados al trabajo se unía la falta de herramientas. Si solicitaban una llave inglesa un operario tenía que ir al almacén central a solicitarla y solo regresaba al día siguiente.

Pero el equipo estaba unido y se las arreglaba para sobrellevar los problemas. A las once se reunían para tomar café y allí Aliyá era la anfitriona perfecta, preparaba el té con suma delicadeza y amabilidad y se lo servía a cada uno regalándole una espléndida sonrisa. Era como una especie de hada madrina entre tanta hosquedad y modos poco refinados del personal ruso. Eran buena gente, pero un poco asilvestrados. Después del trabajo y para hacer más llevadera la monotonía y suavizar la tensión acumulada se reunían todos en el saloncito adyacente al comedor y organizaban una especie de aperitivo. Habían ido cargados desde España con dos maletas llenas de vituallas. Chorizos, jamón, frutos secos, aceitunas y hasta unas botellas de vino. Que a decir verdad duraron poco, pero conseguían que les suministraran de la Berioska de UFÄ cervezas. El vodka era local y se dejaba beber. Esto compensaba algo la cena que solía ser una salsa de verduras donde flotaba alguna que otra patata. Eloy, que era de mal comer, perdió ocho kilos en los primeros quince días.

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