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El cansancio los venció y quedaron semi adormilados, durante un tiempo que no supieron calcular, en los vetustos sillones.

Eloy estaba profundamente dormido cuando en sueños escuchó una voz dulce y melodiosa que le susurraba: «Señor, despierte, ¿está bien?, nos tenemos que marchar». Lentamente abrió los ojos y allí ante él estaba una especie de ángel. Eloy pensó que estaba soñando. Veía ante sí el rostro de una joven que tenía una sonrisa resplandeciente. Se presentó, en un español más que aceptable, diciendo:

«Me llamo Aliyá y soy su intérprete».

La joven tenía una piel blanquísima, ojos de un color verde turquesa, pelo de color castaño claro y pómulos salientes, que denotaban su origen tártaro, labios finos y delicados, pero sobre todo destacaba su sonrisa, natural y sin afección. Cuando Eloy se levantó pudo contemplar que era bastante alta, tanto o más que él, que medía 1,70 m. Estaba bien formada, pechos un poco pequeños, piernas largas y caderas anchas.

Después de tantas vicisitudes esta aparición le pareció la de un ángel custodio. De inmediato se sintió atraído por ella.

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