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Y pronto comenzaron los problemas.

No anunciaban la salida de ningún vuelo, la terminal, o lo que fuera, empezó a llenarse de gente. Era el mes de octubre y la vuelta de los estudiantes extranjeros. Y la terminal se convirtió en un remedo del hall de las Naciones Unidas. Gente de color, amarillos, sudamericanos, árabes y unos cuantos norteamericanos en viajes de negocios. Pronto no hubo espacio donde sentar las posaderas. Los servicios empezaron a desprender tal olor a orines que hacía imposible entrar en ellos, así que la gente salía de la terminal y orinaba en la rueda delantera de los aviones allí aparcados.

Pero había un problema aún más acuciante. ¡Alimentarse!

Había una pequeña cafetería que abría sus puertas a las ocho de la mañana, que solo servía café y algunos bollos, la cola se formaba a las siete de la mañana. Pero, a las ocho y media se habían acabado las provisiones. Eloy, hombre de recursos, localizó a unos sudamericanos y les propuso un trato, ellos harían cola y él les pagaría la comida. ¡Y funcionó! Aunque parcialmente. Esto y la Berioska, tienda solo para extranjeros, les permitió a los cuatro sobrevivir a las 72 horas de caos, aunque fuera a base de cerveza y chocolate.

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