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Tuvieron que transitar por una especie de pasillo con las paredes del techo y del lateral izquierdo cubiertas con espejos y a su derecha una ventanilla. En el interior, un funcionario con mirada penetrante, unos ojos fríos como el acero y mirada inquisidora que alargaba la mano, sin decir palabra, pidiendo el pasaporte. El individuo ojeaba las páginas, elevaba la mirada escrutando al pasajero, volvía a mirar las páginas y volvía a observar al pasajero. Eloy, que había llevado una vida bastante ajetreada y había sufrido todo tipo de situaciones desagradables en sus viajes por países poco recomendables, empezó a sentirse nervioso, tuvo que hacer un considerable esfuerzo de voluntad para ocultar esos temores porque una reacción nerviosa por su parte hubiese desencadenado de forma inmediata una reacción de sospecha en el funcionario y creado una situación embarazosa.

Finalmente, el funcionario con una última mirada fría, gélida como un témpano, agarró el sello y le estampó el pasaporte. Eloy, nada más salir del trance, exhaló un respiro profundo y esperó a que sus compañeros pasaran por el mismo trámite.

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