Читать книгу Mentiras que no te conté онлайн

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Pienso que Mona, nuestra gata, debe estar durmiendo apaciblemente en el departamento sin que nadie la moleste y deseo mucho estar ahí con ella. Mona, un nombre ridículo que he aprendido a amar, aunque no tuve nada que ver con su elección. Cuando adoptamos a la gatita estaba casi recién nacida. Era la única sobreviviente de una camada de siete cachorros cuya madre había sido atropellada. Los otros seis gatitos murieron porque no se adaptaron a las mamás sustitutas o al biberón.

Era lo más tierno que yo había visto alguna vez. Tenía el espíritu de una luchadora y su pelaje entre amarillo y rosado la hacía parecer de la realeza. Merecía un nombre mejor pero Mariana le dijo a Manuel que si las gatas anaranjadas fueran mujeres serían stripers y él estuvo de acuerdo. Mona fue el nombre menos vulgar de una lista de nombres infames que elaboraron durante una tarde entera. Manuel dice que estar con Mariana es como pasar tiempo con otro hombre, que es su versión del best man. Lo dice como si fuera una cosa de la que yo no debiera de preocuparme, como si no hubiéramos vistos, los tres, La boda de mi mejor amigo y las cosas no se hubieran puesto tensas.

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