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Nosotros, los cuatro fracasados del colegio, nos presentamos a nuestro director, ante el que demostramos la injusticia cometida, relatándole con todo detalle lo ocurrido, pues no cabía en cabeza humana que veinticinco escritos se pudieran leer y juzgar por un solo juez y, sobre todo, sin la presencia de los otros seis jueces del tribunal, en escasos cinco minutos, mereciendo todos la calificación de suspenso, menos el del sobrino del cura, la única escandalosa excepción.
Yo afirmé al director que en los exámenes de septiembre repetiría el examen, sin repasar siquiera la asignatura, respondiendo de su aprobación; pero mis tres compañeros a una, decepcionados y acobardados ante el desastroso resultado de nuestro debut, manifestaron que desistían de proseguir los estudios, a pesar de los ánimos que nos daba el director, el sr. Fliedner, poniéndoles a mí como ejemplo para seguir la lucha e insistir en mi decisión, constituyendo aquel momento el punto crucial y decisivo de mi vida y de mi porvenir providencial, porque en la convocatoria de septiembre aprobé con el otro catedrático de Latín del instituto, don Emeterio Suaña y Castellet, que suplía en el tribunal a su compañero, Commelerán, tal vez por lo ocurrido en el mes de mayo que, como digo, transcendió fuera del instituto, conociéndose y comentándose en todas partes; aprobé no solo el primero de Latín, sino también el segundo curso de dicha asignatura y con notas ventajosas.