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Federico, cuando terminó el bachillerato, se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Central, por cuenta del colegio, instalándose en el domicilio del director, por resultar incompatible la vida reglamentaria del internado bajo la férula de don José Ríos con los nuevos deberes académicos que tenían que sujetarse a la vida universitaria, con no poca emulación por parte de los que seguíamos en el colegio con nuestra reglamentaria y monótona vida de recluidos.

Dos años después se seleccionó una nueva tanda, más numerosa, de aspirantes a bachilleres, con cuatro alumnos, entre los que yo figuraba, que habríamos de luchar primero con la reforma durísima y sin precedente, publicada en la Gaceta, siendo ministro de Fomento el marqués de Pidal,25 perteneciente a la más extrema derecha del Partido Conservador, y entregado en cuerpo y alma a las órdenes religiosas que explotaban con decidido apoyo de él, la enseñanza colegiada, modificación radical en el sistema de pruebas examinadoras, que, descaradamente, tendía a hacer a su parecer la enseñanza libre, haciéndola imposible, por verdadera asfixia esa clase de enseñanza propia de la gente humilde que no contaba con los medios económicos para llevar a sus hijos al instituto o a los colegios particulares incorporados a él.


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