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Pero, retrotrayendo los hechos a mi historia de colegial, diré que, desde la partida de mi madre cuando se ausentó de Madrid, estuve seis meses sin saber nada de ella, menos lo que me quería decir de paso el director del Colegio, de acuerdo con mis profesores, que se había ausentado, sin decir a dónde, provocándome la noticia tal situación de ánimo que llegó a preocupar a todos, incluso a don José Ríos. Y un buen día don Federico, en una de sus visitas al Colegio, me llamó muy cariñoso y me entregó de un golpe… cinco cartas de mi madre que intencionadamente me había retenido y que gracias, según supe después, a una enérgica carta que le dirigió mi madre en la que le decía que ella, haciendo el mayor sacrificio de su vida, había cumplido exactamente su compromiso, pero que considerase que, en lo convenido, no figuraba el no saber de él nada en absoluto, de su hijo, al que escribía una carta cada mes y le mandaba un sello para la contestación, que no recibía desde que se marchó, haciendo pasar tanto tiempo, lo que suponía un duro e injusto castigo, para mí y también para ella, que no merecíamos, lo que la obligaría a trasladarse a Madrid para verme.


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