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Como don Tomás continuaba en El Vellón ejerciendo su cargo, solterón y medianamente atendido en casa de un vecino del pueblo labrador, la familia le aconsejó que pusiera casa y que mi madre que fue siempre el paño de lágrimas, en el sentido afectivo de aquella agradecida familia, se hiciera cargo de la casa y le tuviera a su cuidado, como así ocurrió durante muchos años, hasta su fallecimiento, cuando todos los que formaban la familia Vera-Sanz consideraron irreparable la desgracia para todos y especialmente, para el médico, que, muy pronto empezó a sentir los perjuicios en sus intereses, al extremo de decidir, por consejo de la familia, casarse con una prima que en su juventud fue novia suya, persona bien educada pero que cometió el error de aislarse de toda la gente del pueblo, pasándose, además, largas temporadas en su pueblo, Torrelaguna, con su familia, dejando solo a su marido, provocando, todo ello, serios disgustos matrimoniales, extravíos del cónyuge que finalizaron en una avenida y conveniente separación, sobre todo para él, que con el casamiento no había resuelto, nada, sino todo lo contrario. Porque en vida de mi madre, que trataba con todo el mundo, la casa de don Tomás estaba muy concurrida por la atracción de las simpatías a mi madre, donde todo el mundo gozaba de la mejor acogida y donde no se desdeñaba a nadie si se le podía favorecer en algo, mientras que, desde el desdichado casamiento, cambió del todo la decoración, echando todo el pueblo de menos a doña Agustina, tan popular, por ser la madrina de muchos de sus hijos.


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