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Consistía la nueva forma de exámenes, solo en esta clase de enseñanza, en hacerlos por escrito, con aislamiento absoluto, por reglamento, siendo rigurosamente vigilados. Los examinandos, mientras hacían los ejercicios que habían de juzgar siete jueces, catedráticos del instituto en su mayoría, figurando además en el tribunal un académico y una persona ajena a la enseñanza, designada por el ministro, quienes, con una rigidez inusitada y sin precedente y con manifiesta arbitrariedad, pues sabían el papel que se les había adjudicado, cumplían y culminaban el objetivo del nuevo sistema, con el apoyo del director del instituto, don Francisco Commelerán, siempre al servicio interesado de los autores de aquel desaguisado que no dejó de ser comentado por la prensa liberal; tanto es así que a los dos años, al caer del poder el Partido Conservador y sustituirle el Liberal, con Sagasta se anuló inmediatamente de un plumazo, borrando aquel escandaloso atentado clerical contra la enseñanza libre, porque era una conquista liberal de la que no podía excluirse de ese derecho a los alumnos de clases humildes, tan ciudadanos como los demás y entre los que había verdaderos valores que se perderían por la falta de medios económicos para asistir a las clases del instituto, y, menos, a los colegios particulares, reservados a los pudientes y cuya mayor parte estaban bajo la jugosa especulación de las órdenes religiosas.