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Como siempre, la rápida observación y el fino ingenio del alumnado formaban un discreto y atinado criterio del valer de nuestros mentores pero, sin embargo, todos ellos eran objeto del mayor respeto dentro y fuera de la cátedra por parte de todos, sin la menor excepción. Cuando nos cruzábamos con ellos, donde fuera, nos descubríamos respetuosamente, sin jamás atrevernos a dirigirles la palabra, y si se daba ese caso, iniciado por ellos, generalmente nos acercábamos en grupo, a guisa de comisión, permaneciendo descubiertos durante toda la entrevista.
Inicié mi vida universitaria con un incidente ruidoso de carácter colectivo que se produjo en los primeros días del curso, producido por el discurso de apertura leído en el acto de inauguración del curso académico por el catedrático de Historia de España don Miguel Morayta, en el que haciendo un estudio del reinado de los Reyes Católicos se metió con la Inquisición, con el fanatismo religioso y censuró la expulsión de los judíos, considerándola como un error político. Debe hacerse constar que el excelso catedrático era liberal, republicano y masón de alta categoría.