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Aunque les levanten los puentes para impedir su llegada, la multitud atraviesa las aguas putrefactas del río que divide, plenas de los desechos de una incipiente Argentina industrial que fue pariendo a esos “invasores” que permanecían en el cono de sombra de la argentinidad europea, prolija, la que gozaba de los beneficios de las vacas y los trigales. (5) Ese río que tienen que cruzar se encuentra contaminado por la producción industrial del otro país, el que disputa su proyecto, por eso es el que marca el límite entre la ciudad blanca, pulcra y eurocéntrica, y el territorio de los hijos de la tierra, aun de los asimilados inmigrantes en permanente mestizaje. Se trata acaso del límite establecido, impuesto y custodiado entre la civilización y la barbarie. Porque se lo piensa entre los que tienen derecho a mandar y los que supuestamente nacieron para ser mandados, sin salir jamás de su cono de sombra y sumisión.

Mirada desde la ciudad blanca, la París de Sudamérica, esa movilización es percibida, sin dudas, como una invasión. En contraposición, desde los trabajadores de la periferia es apreciada como una marcha hacia la tierra prometida, en el complejo posesionarse en su carácter de protagonistas de la historia. Se trata de un territorio que les era ajeno, en la medida que estaba reservado para los hombres de traje y corbata, para las señoras de misa dominical y, en todo caso y como excepción, para el tránsito eventual y vigilado de los que realizaban tareas para ellos. Con la invasión, la ciudad europea y sus pretensiones de pulcritud definitivamente se quiebran con la fragilidad de un cristal, estalla en mil pedazos, se transforma, deviene en un territorio que también es disputado. Aparece un nuevo actor, hasta entonces olvidado, negado, vilipendiado, despreciado. Un actor que no estaba en los papeles de la política atildada de la época que lo trata de “aluvión zoológico” (6) o “lumpenproletariat agitado por la policía”. (7) Con el cruce del Riachuelo ese país profundo ya jamás podrá ser ignorado. Está ahí, en el cuadrilátero, en el centro del “ring” y ya no hay banquillo. Es parte de la pelea, aunque esta siga siendo desigual y amañada.

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