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En la memoria histórica, el 17 de Octubre ha quedado como una verdadera invasión del conurbano. Una apropiación, para algunos indebida, para otros legítima, de “la Capital”. Los relatos de la época, como el de Scalabrini, mencionan que también los manifestantes venían de La Paternal, y Perelman habla de Barracas, pero la simbología del cruce del Riachuelo como límite, de la irrupción en la ciudadela sagrada, se constituyó como la parte más fuerte de este relato épico.

Los contemporáneos gorilas la ven claramente como una invasión, es el pánico de que los negros les ocupen barrio norte, como en el relato de Martínez Estrada. Este escritor, que había recibido dos veces el premio nacional de literatura, dejó plasmado el temor del “invadido”: “esos demonios salieron a pedir cuentas de su cautiverio, a exigir un lugar al sol, y aparecieron con sus cuchillos de matarifes en la cintura, amenazando con una San Bartolomé del barrio norte”. Como subraya en su lectura Horacio González (Perón, reflejos de una vida), no le preocupa de dónde vienen, como detalla Scalabrini, sino su objetivo: el barrio norte (el único lugar que nombra), su lugar en el mundo. Allí parecen pasearse irreverentes e impunes esos bárbaros, los “demonios de la llanura” de los que hablaba Sarmiento en el Facundo.

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