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No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos invade los parques de diversiones con hábitos de burgués barato. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de brea y de aceites. Llegaban cantando y vociferando unidos en una sola fe. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir. Los rostros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. Descendientes de meridionales europeos iban junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún.

John William Cooke también hará su contribución a la comprensión de la dimensión histórica del 17 de Octubre:

La montonera derrotada por el plomo de los civilizadores, el hijo del gringo proletarizado por el régimen, la multitud que había asistido al entierro de Yrigoyen como ciudadanía impotente, ocupaba la ciudad puerto de la oligarquía rapaz y parasitaria. Ya no eran ciudadanos de la democracia liberal, sino seres de carne y hueso, con su hambre, con su necesidad, con sus sueños, con sus cantos y sus bombos.

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