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No obstante, el verdadero ejercicio de bautismo sagrado en el 17 de Octubre se da en las aguas de la fuente de la Plaza. Y no es sumergiendo la cabeza como en el antiguo rito cristiano, sino “las patas”. Sumergir los pies en la fuente es lo que provoca en el pueblo su conversión al peronismo. Así como el Jesús de los milagros se develó a partir de su bautismo en las aguas purificadoras del Jordán, esos cabecitas negras se muestran como un pueblo organizado con voluntad propia a partir de su incursión en las aguas de la fuente. Por eso es que el ícono consagrado de esa jornada, no son las fotos de los tranvías llenos de gente yendo hacia la Plaza, ni las impresionantes multitudes con antorchas encendidas en la noche. La estampita del 17 son los hombres y mujeres que meten sus pies en la fuente.

Así como para (Carlos) Astrada el mito fundante de la argentinidad es el Martín Fierro y en su análisis político existencial Hernández le otorga significaciones trascendentes para la construcción de un suelo simbólico de nuestra tierra; será el mito del 17 de Octubre el fundador del hombre/mujer del peronismo (porque los protagonistas de aquella fecha no fueron los hombres, a pesar del machismo de la época, sino hombres y mujeres indistintamente como da cuenta de ello la icónica foto de la fuente donde encontramos unos y otras). Se trata de una iluminación mítica de la “peronidad”, da a luz al peronismo, donde se capta lo esencial de lo argentino de mediados del siglo XX. Así como la premisa de Astrada en el mito gaucho es la figura de la infinita llanura que ensancha los horizontes, el peronismo tiene su figura fundante en el protagonismo popular para cambiar el sentido de la historia y nada menos que en la Plaza del poder. Allí desde donde se manejaron y manejan los destinos de la patria. Y todo esto, como en todo mito fundacional, resulta determinante histórica y proyectivamente. A diferencia del mito gaucho, ya no se trata del hombre que se había hecho infinitamente libre en la extensión interminable de la llanura, sino del trabajador y la trabajadora urbanos que, en su irrupción en la historia, meten sus patas en la fuente. Es decir, el laburante de a pie, el curtidor y la obrera de la textil, que se hacen impensadamente presentes en el núcleo del poder argentino simbolizado en la Plaza de Mayo. Ya no será el marginal, chúcaro y perseguido por el Estado, que relata José Hernández, sino el trabajador con sus manos y su “overol” manchado de aceite que se hace cargo del Estado, y le impone su impronta y su proyecto. También es un mestizo, como esa mezcla híbrida entre “indios” y “moros andaluces” (que, según la particular interpretación de Astrada, vinieron con Garay), dándole entidad al gaucho. Este mestizaje es múltiple como describe en su magistral relato del 17 de Octubre, Raúl Scalabrini Ortiz:

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