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Dicho esto, no prometo que nunca más se mencionen los objetos de arte. De hecho, recurriré a esas palabras repetidamente, pues la consistencia terminológica excesiva es enemiga de la inteligibilidad, mi objetivo principal en este trabajo. No obstante, no pretendo usar «objeto de arte» u «obra de arte» como términos técnicos, ni detallar cuándo un objeto es o no «de arte». El término que emplearé es «índice», lo que requiere una explicación.

2.2. El índice

La antropología del arte no sería tal a menos que se limitara a un subconjunto de relaciones sociales en las que algún «objeto» se vinculara a un agente social de una manera diferencialmente «artística». Hemos desechado la idea de que los objetos se relacionan con los agentes sociales «de una manera artística» si y solo si tales sujetos los valoran «estéticamente». En este caso, ¿qué otro medio puede proponerse para distinguir las relaciones artísticas entre personas y objetos, de las que no lo son? Para simplificar el problema, en adelante confinaré el discurso al arte visual o, por lo menos, al «visible». Excluyo el arte verbal y musical, aunque reconozco que en la práctica estos tipos son generalmente inseparables. Por tanto, las «cosas» de las que hablo pueden considerarse reales, físicas, únicas e identificables. No son actuaciones, lecturas, reproducciones, etc. Tales estipulaciones estarían fuera de lugar en la mayoría de análisis sobre el arte, pero en este trabajo resultan necesarias, aun solo porque tratar las dificultades de una en una facilita que las superemos. En efecto, es tarea muy difícil proponer un criterio para diferenciar las relaciones sociales abarcadas por la «antropología del arte», de cualquier otra relación social.

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