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En nuestro caso, un ejemplo más perspicuo de inferencia abductiva a partir de un índice sería la sonrisa con «significado» de simpatía. Gran parte de la teoría que propongo consiste en la idea de que tomamos los objetos de arte –y los miembros de una categoría más amplia, los índices de agencia– como si tuvieran una «fisonomía» al igual que la gente. Al ver la imagen de alguien que sonríe, atribuimos una actitud simpática a la «persona de la foto» y, si lo hay, a su modelo o «sujeto». Nuestra respuesta se debe a que una apariencia sonriente desencadena la inferencia –limitada– de que la persona es amiga, a menos que finja, de la misma manera que la sonrisa de una persona real. Dicho de otro modo, tenemos acceso a «otra mente», una real o imaginaria. En cualquier caso, se trata de la mente de una persona con buena disposición. Sin detenerme a desenmarañar la muy difícil pregunta sobre la naturaleza de la relación entre las personas reales y las imaginarias, lo que quiero enfatizar es que el medio que por norma general usamos para formarnos una idea de la disposición y las intenciones de los «otros sociales» es un alto número de abducciones de índices que no son ni «convenciones semióticas», ni «leyes de la naturaleza», sino un punto intermedio. Además, los esquemas inferenciales –abducciones– que empleamos ante los «signos indexicales» son a menudo muy similares, cuando no idénticos, a los que usamos para tratar con los otros sociales. Esto puede parecer de un nivel muy elemental, pero, en realidad, se trata de fundamentos esenciales de la antropología del arte.

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