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Mi noción de agente es exclusivamente relacional. Para todo agente hay un paciente, y para todo paciente hay un agente. Esta premisa mitiga considerablemente el caos ontológico de atribuir sin medida ni control agencia a cosas inertes como los coches. Los vehículos no son seres humanos, pero actúan como agentes y sufren como pacientes «en el entorno causal» de las personas: su dueño, los vándalos, etc. Por esta razón, no caigo en paradojas ni misticismos al describir, como sucede más adelante, una pintura realizada por un artista como «paciente» con respecto de la agencia del artista, o a una víctima de una caricatura cruel como «paciente» en relación con la imagen –la agente– que la calumnia. Los filósofos descansarán tranquilos sabiendo que, en tales razonamientos, los únicos agentes reales son los humanos, y que los coches y las caricaturas –agentes secundarios– nunca serán agentes genuinos. Por el contrario, no me preocupa la definición filosófica de la agencia sub specie aeternitatis. Me interesan más las relaciones agente-paciente en los contextos y los conflictos fluctuantes de la vida social, en la que, sin duda, desde un punto de vista transaccional, atribuimos agencia a los coches, las imágenes, los edificios y muchas otras cosas inertes.

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