Читать книгу Arte y agencia. Una teoría antropológica онлайн

63 страница из 79

Ocurra lo que ocurra, la agencia humana actúa en el mundo material. Si no estuvieran en juego las cadenas de causa y efecto que nos son familiares, la acción intencionada, que se inicia en un contexto social y se orienta hacia unos objetivos sociales, sería imposible. Podemos aceptar que tales cadenas nacen como estados mentales y que se dirigen a los estados mentales de los «otros» sociales –es decir, los «pacientes», como veremos después–, pero, a menos que exista una mediación física que se aproveche siempre de las diversas propiedades causales del entorno material –el medio ambiente, el cuerpo humano, etc.–, el agente y el paciente no interactuarán el uno con el otro. En consecuencia, las «cosas», con sus propiedades causales particulares, resultan tan esenciales para ejercitar la agencia como los estados mentales. Reconocemos la presencia de otro agente únicamente gracias a que el entorno causal que lo rodea adopta una configuración determinada de la que se puede abducir una intención. Detectamos la agencia, ex post facto, en la estructura anómala de tal entorno, pero no podemos hacerlo por adelantado. Es decir, no es posible diferenciar que alguien es un agente antes de que actúe como tal y modifique el entorno causal de una manera que solo pueda atribuirse a su agencia. Como esto último no se basa en intuiciones producidas sin que haya habido mediación alguna, no es una paradoja considerar la agencia un factor del ambiente en su totalidad, una característica global del mundo de los humanos y las cosas que habitamos, y no una propiedad exclusiva de la psique humana. La muñeca no es un agente autosuficiente como un ser humano –ideal–. Ni siquiera la niña lo cree. Sin embargo, sí es una emanación o manifestación de la agencia –en concreto, la de la chiquilla–. Es un espejo, vehículo o canal de la agencia y, por tanto, origina experiencias tan intensas de la «copresencia» de un agente, como lo hace un ser humano.

Правообладателям