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2.5.1. La solución a la paradoja

Se define al agente como quien ejerce la capacidad de provocar que ocurran cosas a su alrededor, capacidad que no se puede atribuir al estado común del cosmos material, sino solo a una categoría especial de estados mentales: las intenciones. Es una contradicción aseverar que las «cosas» como las muñecas y los coches pueden actuar como «agentes» en interacciones sociales humanas porque, por definición, no albergan intenciones. Además, los sucesos causales que ocurren a su alrededor son «hechos» –producidos por causas físicas–, no «acciones» relacionadas con la agencia de la cosa. Quizá la niña se imagine que su muñeca es otra agente, pero nosotros estamos obligados a ver el error en ese pensamiento. Podríamos ocuparnos de detectar los factores cognitivos y emocionales que engendran tales formas de pensar, pero es una tarea muy distinta de proponer una teoría (estoy absolutamente resuelto a formular la teoría) que acepte como postulados básicos unos errores tan palpables en cuanto a la atribución de la agencia. En efecto, parece que caminamos por una senda peligrosa. Una «sociología de la acción» que toma como premisa la naturaleza intencional de la agencia se socava a sí misma de manera irremediable al introducir la posibilidad de que las «cosas» puedan ser agentes, pues la empresa entera se funda en la separación estricta entre la «agencia» –ejercida por los seres humanos conscientes inmersos en una cultura– y la causalidad física que explica el comportamiento de las cosas. Sin embargo, podemos mitigar la paradoja al tener en cuenta las siguientes consideraciones.

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