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No obstante, por oficio, los filósofos tienden a insistir en la causa, hasta llegar, a veces, a descuidar sus efectos. Durante siglos, han «teorizado» sobre el mal, dejando la preocupación por el sufrimiento concreto a los médicos, cuidadores, psicólogos o religiosos. Y porque centraron su atención en el mal, mientras pasaban de puntillas sobre el dolor, prepararon el actual giro de 180 grados: las reacciones «pathocéntricas» más perturbadoras se estaban preparando para llenar este vacío. ¿Acaso Platón y Aristóteles, aparentemente poco inclinados a los sentimientos, no fueron inmediatamente seguidos por la reacción epicúrea, centrada en el placer y el dolor? ¿Acaso la hipertecnologización médica y científica no induce hoy a una reacción utilitarista, obsesionada con maximizar el bienestar (etiquetado con el término de «felicidad») para el máximo número de seres sensibles, y a mitigar el sufrimiento, incluso de los animales?

¿Y si se evitaran estos movimientos pendulares? ¿Y si, en lugar de balancearse de un polo (objetivo) a otro (subjetivo), nos esforzáramos en mantener uno y otro en su justo lugar? Es para alcanzar este proyecto de delicado equilibrio que se esforzará nuestro análisis. Pero como este es de orden filosófico, destacará el primero de los tres aspectos. Puesto que la mayoría de nuestros contemporáneos están obnubilados solo por sufrimiento, el análisis insistirá en la objetividad del mal.

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