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Imaginemos que alguien tiene cáncer y está enfermo sin saberlo: por el momento, no han aparecido ningún síntoma, ni hay ningún diagnóstico. Pero la enfermedad está ahí, aunque esté en un estado inicial, aunque sea en la ignorancia más total, aunque esté sin doler.

Enfermedad, muerte, fracaso, desequilibrios ecológicos o cataclismos: he aquí la comitiva de males que devastan el mundo. Este polo objetivo es obviamente el primero, es el más radical y condiciona a los otros dos. Volveré sobre ello en detalle.

El conocimiento del mal

El segundo aspecto atañe al conocimiento que tomamos de este mal objetivo. Cuando un noticiero informa de un cataclismo devastador en Nepal, los periodistas transmiten una información a través de canales rápidos y variados. La información, por supuesto, no produce la calamidad: en cuanto información veraz y correcta, no es mala. Sería «mala» información solo si, a su vez, estuviera echada a perder por el mal, si estuviera mal hecha, es decir, faltara a la verdad o a la calidad requerida. En resumen, si estuviera privada de lo que debería ser. Supongamos, por el contrario, que es de calidad: es entonces una buena información, aunque traiga malas noticias.

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