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¿Cómo es posible por lo tanto hablar bien del mal? Si el mal es privación, una «nada» en el seno del ser, el conocimiento verdadero es, en cambio, algo: un diagnóstico verdadero es un diagnóstico que está en correspondencia con la realidad; una doctrina verdadera es de la verdad, incluso si su correlato, aquello de lo que habla, no tiene consistencia. La dificultad radica en esto: es necesario como cosificar el mal para hablar sobre él y otorgarle una consistencia que, precisamente, no tiene; por lo tanto, traicionarlo.
Para la inteligencia humana, en efecto, en su función cognitiva, la verdad no es otra cosa que la correspondencia adecuada entre el juicio realizado y la cosa. Si alguien dice que «esta puerta está cerrada», la proposición expresada por estas palabras es verdadera si, y solo si, la puerta está realmente cerrada. La verdad radica en esta adecuación. Un diagnóstico que describe un «carcinoma metastásico en estadio IV» es verdadero si, y solo si, es así; será un buen diagnóstico en la medida en que es verdadero, lo más completo posible y lo más cercano a la enfermedad objetiva. De ahí el problema: el mal, precisamente, no es una cosa sino una privación de salud. ¿Cómo puede entonces un diagnóstico corresponder a una «no-cosa», a una «no-salud», a un «des-orden»? La respuesta radica ciertamente en el hecho de que el diagnóstico correcto corresponde a la verdadera existencia de esta no-salud. En este sentido, es un buen diagnóstico, que responde a lo que se espera de él.