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Sería igualmente triste que alguien sufriera al leer este libro sobre el mal. Uno tiene el derecho de esperar lo contrario: que encuentre en él al menos una satisfacción intelectual, algunas sugerencias, opciones para debatir, y que todo ello sea bueno. Idealmente, debería ser un buen libro sobre el mal. Si fuera a causar daño, a estar mal escrito, mal concebido, más valdría dejarlo estar cuanto antes y evitar añadir mal al mal en el mundo. Leer un libro sobre el mal no es experimentar todavía el mal. Para este fin, necesitamos un tercer factor, el más sensible, el de la afectividad, ya que solo ahí aparece la experiencia del mal.
El polo subjetivo: la desgracia
El mal real hace daño. Suele suscitar una respuesta afectiva: dolor, sufrimiento, tristeza, incluso desesperación. Es en este registro afectivo que lo experimentamos. Cierto, lo que es primero es el mal: la muerte, el fracaso o la enfermedad; pero este no toma su dimensión completa, ni apreciamos debidamente su alcance, más que en el momento en que resuena en el seno de nuestra subjetividad. Tal es, estrictamente hablando, la experiencia del mal. Y es por esta entrada que la mayoría de nosotros estamos embarcados en este asunto: es en el momento en el que sufrimos que se nos plantea la cuestión del «por qué»: ¿por qué este duelo?, ¿por qué este fracaso en la relación de pareja?, ¿por qué a mí?