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La experiencia vivida no necesariamente proporciona un mejor conocimiento de las cosas. Ciertamente da más densidad, genera un espesor existencial, pero no asegura la verdad del tema, es decir, la adecuación a lo que es. Sinceridad, ciertamente. Verdad, ¡no es tan seguro! Es más, a veces sucede que pedimos consejo a personas que no están involucradas en la situación de crisis suponiendo que están en mejores condiciones para juzgar con más certeza. Un historiador que, a años de distancia, hurga en masas de archivos puede entender una guerra pasada mejor que el soldado que la vivió en el frente. No necesariamente. Pero esto muestra suficientemente que la experiencia del mal no se confunde con el mal mismo, ni con el conocimiento que de él se adquiere. En cualquier caso, entendemos que es útil hablar sobre ciertos sucesos posibles (por ejemplo, sobre el final de la vida) antes de vernos confrontados con ellos, hablar a nuestro entorno de «voluntades anticipadas o testamento vital» e, incluso, redactarlas.