Читать книгу El auge de la brutalidad organizada. Una sociología histórica de la violencia онлайн

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Además, como la violencia organizada depende de la presencia de mecanismos estructurales efectivos y duraderos, una vez que estas estructuras se ponen en marcha, tienden a mantener su presencia y a expandirse en el tiempo. Por ejemplo, si una reyerta en un bar puede acabar convirtiéndose en una pelea violenta entre varios individuos, es poco probable que esa violencia a nivel individual dure días o se extienda más allá de los límites de ese bar en concreto. En cambio, una vez que se ha establecido la fuerza policial o una compañía de seguridad privada con el objetivo de preservar el orden y brindar seguridad a una determinada organización social, es poco probable que se disuelvan, aun cuando muchas personas las consideren innecesarias.

La mayoría de los especialistas diferencian entre violencia interpersonal y violencia organizada pero, en realidad, muy pocos utilizan estos términos. En este sentido, la tendencia es distinguir entre las formas de violencia política (terrorismo, guerra, genocidio, etc.) y no política (violencia doméstica, delitos violentos, etc.), o bien entre violencia colectiva/ social e individual. Por ejemplo, Donatella Della Porta (2013: 6) emplea el concepto violencia política, que se define como una forma particular de actividad violenta que «consiste en aquellos repertorios de acción colectiva que implican gran fuerza física y causan daño a un adversario para lograr fines políticos». Tilly (2003: 3) prefiere el término violencia colectiva y la define como «una interacción social episódica que inflige daños físicos inmediatos a personas y/u objetos [...], implica por lo menos a dos autores de los daños, y es consecuencia, al menos en parte, de la coordinación entre las personas que realizan los actos que los provocan». Dejando a un lado la interpretación más bien limitada de la violencia en términos de aspectos físicos e intencionales, estas dos definiciones hacen demasiado hincapié en la agencia en detrimento de las dinámicas estructurales de la violencia. Por su parte Della Porta, que trabaja dentro de la tradición de los movimientos sociales, entiende la violencia desde la perspectiva de la acción colectiva; para Tilly, paradigma del entorno político conflictivo, la actividad violenta surge a través de la interacción social. Por supuesto, la acción colectiva y la interacción grupal episódica son formas significativas a través de las cuales se produce la violencia, pero no son las únicas ni las dominantes entre las experiencias violentas. En cambio, la mayor parte de la violencia se produce y se inflige no entre grupos, sino entre entidades políticas o dentro de la propia entidad política. En otras palabras, las estructuras organizativas, entre las que se incluyen los Estados, los partidos políticos, las corporaciones privadas o las organizaciones paramilitares, son responsables de más violencia que cualquier otro grupo o individuo. Además, incluso en los casos típicos de violencia que surgen de la acción/interacción colectiva, utilizados por Tilly y Della Porta para ilustrar sus argumentos, la presencia de estructuras organizativas, y en particular del Estado, es bastante evidente. Por ejemplo, Tilly (2003: 1-5) presenta su concepto de violencia colectiva planteando los casos del genocidio de Ruanda, los tiroteos entre vaqueros del salvaje Oeste americano y la destrucción de cosechadoras en un pueblo de Malasia, que son ejemplos de interacción social episódica. Del mismo modo, Della Porta (2013: 1-2) ejemplifica sus argumentos clave con los casos de terrorismo del 11S, la lucha violenta de ETA por la independencia del País Vasco y la masacre de Breivik en la isla de Utøya, para señalar que la violencia política se manifiesta en una amplia variedad de acciones colectivas. Sin embargo, en todos estos casos, las estructuras organizativas son preponderantes: el genocidio de Ruanda no podría haber ocurrido sin la dependencia del aparato estatal; los sabotajes a las cosechadoras fueron reacciones violentas de los campesinos frente a los cambios introducidos en la producción agrícola por el Estado moderno y las corporaciones privadas; tanto el terrorismo de Al Qaeda como el de ETA fueron el resultado estructural de las debilidades geopolíticas originadas a partir del comportamiento que, durante cierto tiempo, exhibieron los Estados implicados (Estados Unidos y España, respectivamente), como organizaciones sociales potentes; e, incluso, los tiroteos entre los vaqueros del salvaje Oeste y la masacre de Breivik tuvieron lugar en el contexto de estructuras organizativas específicas, la expansión fronteriza patrocinada por un Estado, Estados Unidos, y el encuentro en el campamento juvenil del Partido Laborista de Noruega.

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