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En ese momento el rey hizo una pausa estableciéndose entre los dos un silencio que Isabel no se atrevió a romper.
Hasta ese instante, sus planes no se habían visto alterados. Sin embargo, no sabía si la emoción que sentía en ese momento, le permitiría permanecer impasible esperando que el rey finalmente, le comunicase lo que tanto tiempo llevaba esperando, lo cual colmaría finalmente todas sus expectativas.
Repentinamente, el rey se levantó de su asiento y empezó a caminar con pasos lentos pero firmes desde su sillón hasta el de Isabel en dirección paralela al tapiz gobelino. Daba la impresión de estar buscando las palabras adecuadas para lo que a continuación tenía que trasmitir.
Intentando ganar tiempo para ordenar en su mente lo que a continuación se disponía a revelar, Felipe II se dedicó por unos instantes a contemplar la escena de caza del tapiz. En ella se representaba un jabalí recién lanceado, que era rodeado y acosado por una jauría de perros, mientras sendos caballeros contemplaban impasibles la agonía del animal desde sus respectivas monturas.