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Siendo Felipe II el mayor contribuyente de la flota cristiana, se acordó que el mando supremo de la misma estuviese a cargo del hermanastro del rey, don Juan de Austria.

Contra todo pronóstico, la mañana del 7 de octubre de 1571, la flota cristiana derrotaba en el golfo de Lepanto a la gran potencia musulmana. La batalla terminó para los turcos con un saldo de 30.000 bajas, además de otros 3.000 hombres que fueron hechos prisioneros.

La victoria en esta batalla, fue un revulsivo rejuvenecedor para Felipe II, quien lo interpretó, junto con el nacimiento del infante don Fernando, como un signo inequívoco de reconciliación con su Dios.

En el último trimestre de 1572, cuando Álvaro tenía cuatro años recién cumplidos, empezó su educación de la mano de los padres agustinos que, sabiendo perfectamente de quien se trataba y por quien venía recomendado, acogieron al niño como si de un infante de la familia real se tratase. Ello impulsó aun más la buena relación de Isabel con el padre Guillermo Galdeano, prior de los agustinos por aquel entonces, quien además tenía en común con la madre de Álvaro su animadversión hacia los monjes jerónimos, debido al favor especial con que desde hacía años contaban, primero por parte del emperador Carlos V y ahora de su hijo el rey Felipe II.


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