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Al año siguiente, se truncó la felicidad que había disfrutado ininterrumpidamente el soberano desde su matrimonio con la reina Ana. La pena y la tristeza invadieron nuevamente al monarca debido a la muerte de su hermana menor Juana, a la que estaba muy unido. Cuando cayó enferma fue trasladada al Monasterio de El Escorial, donde permaneció hasta el día de su fallecimiento el 8 de septiembre de 1573, estando Felipe II junto a su lecho en el momento del óbito.

Transcurrieron cinco años más en los que Álvaro fue creciendo y educándose convenientemente con la idea de comenzar la siguiente etapa de su formación al finalizar el verano de ese año de 1578, justo después de haber cumplido los 10 años de edad.

Hasta el comienzo de ese año, Isabel había albergado la esperanza de que Álvaro fuese finalmente reconocido por el rey como hijo legítimo, con lo que ello podría llegar a suponer. Pero sus planes se vieron truncados, cuando la reina Ana dio a luz un nuevo varón. El 16 de abril vio la luz, quien con el trascurrir de los años llegaría a ser el rey Felipe III. La diferencia de edad entre el futuro rey y su hermanastro Álvaro era casi de diez años.


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