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Felipe II no quiso dar tiempo a que hubiese más interpretaciones equivocadas, por lo que continuó con lo que quería transmitir a Isabel, antes de que ésta perdiese el sentido y no pudiese escuchar toda su alocución.
– Por esa razón he venido a comunicaros personalmente que tendréis que abandonar las estancias del Parque de la Fresneda a la mayor brevedad posible – manifestó el monarca sin abandonar la solemnidad de su tono.
Isabel se quedó totalmente petrificada agarrándose con fuera a los brazos de su asiento. No se atrevió a pronunciar palabra alguna, ya que temía no poder controlarse y romper a llorar desconsoladamente. Lo último que deseaba, era mostrarse como una plañidera ante quien era el padre de su hijo y que, durante mucho tiempo, había sido su amante. Frente al silencio de Isabel, el rey aprovechó para continuar manifestando las decisiones que había tomado.
– Os trasladaréis a Madrid a una casa que he dispuesto con el correspondiente servicio, además recibiréis una pensión que os permitirá vivir con holgura tanto a vos como a vuestro hijo.