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– Gracias Majestad – respondió una gozosa Isabel para a continuación insistir con su estrategia -. Sin embargo, no todo el mérito es mío, ya que por sus venas corre vuestra misma sangre. Además buena parte de la salud de Álvaro, se debe al favor con que nos obsequiáis permitiéndonos vivir en este paraje sin que nada nos falte.
– De eso precisamente quería hablaros – dijo el rey manteniendo el tono jovial con el que había llegado.
Isabel no cabía de gozo pensando que por fin el rey le pediría que se casara con él, reconocería públicamente a su hijo y le presentaría en la corte como su legítimo sucesor al trono.
– Como seguramente sabréis, próximamente contraeré matrimonio.
– Tarde o temprano tenía que suceder Majestad – dijo Isabel convencida que todo seguía según el guión trazado en su mente -, todo rey debe tener a su lado una reina.
Isabel hizo un gesto a la nodriza para que se retirase con el niño y seguidamente entraron en la casa. Se dirigieron directamente al salón principal, que era el aposento más noble de la estancia, y se acomodaron en sendos sillones que tenían a su espalda un gran tapiz gobelino que representaba una escena de caza.