Читать книгу El tesoro oculto de los Austrias онлайн
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No obstante y aunque era consciente, después de varios intentos, de que sólo podría encontrarse con el soberano cuando éste lo tuviese a bien, Isabel seguía visitando regularmente las obras del monasterio cautivada por el avance de las mismas, y siendo consciente de la magnitud de la edificación que día a día iba tomando forma para convertirse en algo realmente colosal.
Aquello se asemejaba a un hormiguero gigante, en el que las hormigas eran la cantidad de artesanos y obreros de los distintos oficios que se contaban por millares. La actividad era frenética y había numerosos artilugios que alguien explicó que se llamaban grúas. Tal y como pudo observar la propia Isabel, servían para elevar los enormes y pesados sillares de granito. Poco a poco, convenientemente colocados unos sobre otros iban conformando la gran y compacta mole granítica que estaba aflorando donde antes sólo estaba la falda de una montaña pelada. La imagen era la de una enorme edificación surgiendo de las entrañas de la tierra, como si los montes circundantes se encargasen de acunarla y protegerla.