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En ese momento Isabel comenzó a despojarse de sus ropas, pidiendo al Felipe II que le ayudase a despojarse del corsé, cuya opresión no era capaz de soportar por más tiempo.
En un instante, quedó completamente desnuda frente al monarca. Sin más dilación y sin haber cruzado una sola palabra, Felipe II imitó a su amada despojándose a su vez de sus vestimentas. Una vez desnudos los dos amantes, el soberano intentó abrazar a su amante para levantarla y llevarla hasta el jergón, pero sorpresivamente Isabel le detuvo poniendo su mano sobre el pecho del monarca con el brazo extendido para mantener la distancia.
– Aun no os he comunicado nada – dijo Isabel insinuándose pero manteniendo a distancia al monarca totalmente excitado.
– Decid lo que sea y dejad de jugar conmigo – dijo un Felipe II impaciente ante la contemplación de un cuerpo rebosante de sensualidad.
– Mi rey – dijo por fin Isabel -, quiero que me dejéis preñada.
Esa frase con el tono lascivo con el que fue pronunciada, fue el detonante para que el monarca no pudiera controlar por más tiempo sus hormonas. Tumbó a Isabel en el jergón boca abajo y la montó con tal ímpetu, como si de una yegua de las caballerizas reales se tratase.